En lo que coinciden la mayoría de analistas es que la crisis se debió a una sobreproducción del mercado estadounidense, que desde ese entonces era el principal exportador mundial y la potencia más industrializada (reunía el 42% de la actividad mundial). Sin embargo, esta situación de hiperactividad productiva coincidió con paradójicos bajos niveles de consumo y demanda tanto en el mercado interno como en el europeo; las importaciones menguaron en los países del viejo continente luego de la Primera Guerra Mundial; literalmente: todos le debían a Estados Unidos. Entonces, con más o menos matices: no había quién adquiriera los excedentes de su superproducción.
El mundo entero estaría aquejado de una crisis de endeudamiento, también sus propios inversionistas -sobre todo de la clase media que anhelaban hacerse ricos en la publicitada Bolsa de Nueva York-, quienes colocaban el ahorro de sus vidas valiéndose de créditos, pero sin garantías para pagarlos.
Había además todo un negociado de brókeres que prestaban a pequeños inversores, dinero que llegaba a cifras indiscriminadas: U$8,5 mil millones en préstamos, más que todo el dinero activo que en ese entonces circulaba en Estados Unidos. Fue el 9% de su población que invirtió en la bolsa para cumplir su sueño americano. Pero el sistema tenía techo de vidrio: y la orgía especulativa -que hacía subir los precios, pero no los beneficios tangibles de las empresas- fue como un apedreamiento y provocó una devastadora burbuja económica.
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